Muchas veces somos testigos de un proyecto destinado a fracasar, y pareciera que todos los involucrados se empeñan en tratar de revivirlo. Existen proyectos en donde no está definido claramente qué es lo que hay que construir, no se avanza con el trabajo y no se tiene idea acerca de cuánto falta para finalizar.
Pero a la vez, el comportamiento de los involucrados indica «Acá no pasa nada», y se sigue trabajando «normalmente». En las reuniones de directorio se reportan los atrasos, pero no se analiza en profundidad el por qué de los atrasos.
Una decisión de cada día en el proyecto es si continuarlo, y en nuestra cultura pareciera ser que parar un proyecto es algo impensable. ¿Para qué continuar la agonía? ¿Para qué seguir metiendo energías a una iniciativa que no avanza?
Hay proyectos en donde obviamente no se puede parar. Si una empresa está lanzando un producto al mercado como fruto de una investigación y desarrollo innovadores, y busca conseguir un salto competitivo con respecto a sus competidores, el proyecto no se puede parar. Como decía un jefe mio: «Hay que meter goles aunque sea con la panza», hay que finalizar el proyecto como sea. Así mismo, si una empresa emprende un proyecto como reacción a un proyecto similar de su competencia, hay que implementarlo obligatoriamente.
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